martes, 13 de septiembre de 2011


Hace diez años se publicó en Lima La casa y la hojarasca,
el segundo libro de poemas de Juan Carlos Lázaro.
He aquí un par de recortes periodísticos que dan cuenta de ese episodio.







En tono mayor
Publicado por la revista etc., pág.61. | Lima, 30 de junio 2001


Con el rigor, la sobriedad y la consistencia propia de los buenos poetas, Juan Carlos Lázaro acaba de publicar La casa y la hojarasca, apreciable colección de veinticinco poemas confeccionados con buena música e imágenes sólidas, con los que consigue no sólo echar luz sobre aspectos de la condición humana invisibles desde la miopía del devenir cotidiano, sino también redondear un registro lírico sumamente personal.

Lázaro, que pertenece a la generación del 70 y ejerce el periodismo desde esa misma década, no es un poeta tan prolífico. Antes de este libro publicó la plaqueta Las palabras (1977) y muchos años después el poemario Gris amanece la urbe del hambre (1987).

Sin embargo, lo que le falta en cantidad le sobra en calidad. Su tercera entrega está compuesta por textos muy bien estructurados, de gran atractivo, escritos con lenguaje cotidiano y despojados de adornos. La materia de esos textos son situaciones externas a él, que aparentemente no le conciernen, sobre las cuales, sin embargo, arroja una mirada quieta y distante de la que surge –gracias a la magia del ritmo y las palabras- un universo de sentidos y sinsentidos esenciales.

Lázaro no se inventa un interlocutor –un tú- para abordar sus temas, sino que se apoya sobre todo en la tercera persona, con lo que logra un apropiado y convincente efecto de distanciamiento. Se basa en referencias al exterior pero, a diferencia de la mayoría de sus coetáneos de los años 70, en los que esas referencias se convierten en discurso narrativo, en sus textos son apenas el punto de partida para arribar a un discurso conceptual que delata sabiduría y brillo, así como un excelente oído.

La casa poética
de Juan Carlos Lázaro
Publicado por el diario La Razón, pág. 18 | Lima jueves 28 de marzo 2002.


Sin lugar a dudas se trata de un poeta con cierto recorrido. Así lo demuestra este bien afiatado poemario, donde confirma sus dotes poéticas. Con La casa y la hojarasca Juan Carlos Lázaro indaga en el sentido de la existencia y en el sentido de los actos humanos, como bien apunta Francisco Tumi en el prólogo. Los poemas que conforman este libro se caracterizan por un tono existencialista que encuentra su sustento cotidiano en lo aparentemente intrascendente. Enmarcados, como lo señala el título del poemario, en una casa, en el refugio de un ser que se sabe distinto. Podemos citar, por ejemplo, el poema “El color de los girasoles”: Iba a decir algo / antes de untar el pan con mantequilla / y entibiar mi alma con un poco de café. En “Las persianas” se percibe cierta esperanza a pesar de lo sombrío del mundo: La luz que traspasa / las persianas / me anuncia / que aún estoy vivo, que aún respiro / que aún sueño / que aún puedo / amar a una mujer.

Esto demuestra que estamos frente a un poeta maduro, que ha sabido transitar los caminos líricos y que ha logrado crear un universo poético sólido. Con un coloquialismo no exento de cierta musicalidad, La casa y la hojarasca no decae, salvo en un par de textos a los que no hay mucho que reprochar, pero que no siguen el mismo ritmo intenso de los demás.

El éxito de este libro (que inexplicablemente no ha sido comentado ni para bien ni para mal) se debe, quizá, a la calma con que Lázaro asume su papel de poeta.
El tiempo ha sabido consolidar estos poemas que merecen la pena ser leídos. Parafraseando al autor, qué más puedo decir / si ya todo está dicho.


Ésta no es mi sombra


          Ésta no es mi sombra
          ésta no es mi casa
          no es mía la chaqueta que flamea
          en la percha al lado de la ventana
          no son mías estas sábanas
          ésta no es mi sombra repito
          no reconozco esta habitación
          ni las otras sombras que cruzan
          las otras habitaciones y llegan
          hasta el patio y su enramada
          aquí hay una equivocación
          ésta no es mi cama
          éstas no son mis ropas
          la mujer que duerme a mi lado
          no es mi esposa
          ni es mía la lámpara
          el error llega hasta mis pies y mi vientre
          hasta mi corazón y mi páncreas
          alguien ha cosido mi piel a otra vida
          y ha puesto mi voz en otra garganta
          reconozco las estrellas
          las ciudades extranjeras
          las islas de ultramar
          las antiguas comarcas
          pero no me reconozco a mí mismo
          en esta estancia
          mis manos perdieron su forma
          mi sexo es un animal escarlata
          aquí hay una equivocación
          ésta no es mi sombra
          ésta no es mi casa.


La casa y la hojarasca

          La hojarasca y el agua detenida
          son todo lo vivo y lo real
          de este patio y de esta casa.
          El resto son fantasmas.
          Que lo diga sino el centinela rojo
          que dormita en el torreón de la esquina
          y que sueña con la próxima batalla.
          La sombra del general
          se mueve tras las persianas.
          Con él van su kepí, sus charreteras,
          su sable, sus botas, su capa.
          En su recámara crepuscular
          a la luz de una vela escribe
          con mano trémula: “A la patria…”
          El caballo blanco relincha,
          agita su cola en el aire
          espantando a una mosca lunática.
          Una criada vestida de luto, pálida,
          prepara la mesa para la cena
          a la que solo acuden
          entre candelabros dorados
          el pasado, el polvo, la nada.
          El resto son fantasmas.



Sigo a una estrella errante


          1.
          Sigo a una estrella errante.
          No cesaré hasta alcanzarla.
          Acaricio las espigas del maíz
          y siento aún entre mis dedos el sexo húmedo de mi hermana.
          Era la más bella e intensa de la aldea,
          pero como no llegaban las lluvias
          la ofrendaron al fuego.


          2.
          A la luz de la luna escalaré la pirámide,
          insólita piedra en la que mis padres tallaron mi alma.
          Escucho sus latidos y sus gritos.
          Tu nombre es esa oda a los pájaros nocturnos
          que nos vieron desnudos bajo los árboles
          mientras me ofrecías tu sexo
          y una manzana.


          3.
          En esta caverna de Pachacamac,
          cerca del Gran Templo,
          me resguardo de la espuma del mar y del frío.
          Esta oscuridad debe ser la última sombra.
          Una caracola me da las noticias del mundo.
          Mañana empezará la primavera y, como todos los frutos,
          tu sexo también se abrirá a mi deseo.


(De La casa y la hojarasca. Lima, 2001)