viernes, 30 de mayo de 2014
CESAR MORO, LA BASURA Y LOS IMPOSTORES
"Años después me pregunto cómo situar a Moro en la poesía peruana, a la que parece, también, sustancialmente extraño. En efecto, ¿cómo situar a un poeta auténtico, a una obra realmente original y valiosa, junto a tanta basura, cómo integrarlo dentro de una tradición de impostores y plagios, cómo rodearlo de poetas payasos? Quizá baste señalar que nada vincula a Moro con la vacilante poesía peruana, que nada lo enlaza ni siquiera con las direcciones estimables que ésta ha alcanzado en periodos fugaces. Es cierto que se trata de un poeta puro, porque jamás comercializó el arte, ni falsificó sus sentimientos, ni posó de profeta a la manera de quienes creen que la revolución les exige solo convertir a la poesía en una harapienta vociferante, pero su pureza no tiene nada que ver con esa suerte de juego de artificio, con esa actitud de aislamiento, de prescindencia del hombre y de la vida, que impregna a cierta poesía de gabinete con un penetrante olor de onanismo y sarcófrago".
Mario Vargas Llosa
Diccionario del amante de América Latina (Barcelona 2006).
miércoles, 22 de enero de 2014
La técnica adquiere carácter de personaje en las novelas de Vargas Llosa
Audaz tecnología narrativa y zigzagueante andadura política de inspiración sartreana en el autor de La ciudad y los perros.
Por Juan Carlos Lázaro
El tratamiento simultáneo o paralelo de
varios tiempos y espacios dentro de un mismo episodio, que revolucionó la
técnica de la moderna novela latinoamericana, es el más sólido aporte a este
género del escritor peruano Mario Vargas Llosa, quien fuera galardonado con el
premio Nobel de Literatura en el 2010.
Esta innovación, confesó el escritor,
la tomó del cine, donde es absolutamente natural pasar de una época a otra
mediante un simple fotograma, sin que el espectador se sienta sorprendido. En
cambio “en literatura, era muy difícil hacerlo”.
“Que yo sepa, nadie lo había hecho
antes. Conscientemente, yo creo haberlo hecho por primera vez en el epílogo de La ciudad y los perros, le dijo Vargas
Llosa al periodista Alfredo Barnechea en una extensa entrevista1, en
la que añadió que esa técnica está insinuada en sus primeros cuentos.
Esa técnica deslumbró a su propio
creador, hasta convertirla en “un personaje más”, “algo muy visible”, y persistió
con ella en sus novelas La casa verde
y Conversación en la Catedral,
publicadas en los años 60, las cuales le dieron renombre internacional, además
de varios premios.
Después de este experimento, Vargas
Llosa buscó “desaparecer la técnica”, según su propia confesión, aunque posteriormente
volvería a ella haciéndola aún más compleja, como sucedió en Historia de Mayta, de 1984, una novela en
la que ensaya audazmente la relación entre ficción e historia y que fue muy mal
recibida por la crítica de izquierda.
Con la publicación de La ciudad y los perros en 1963, cuando
sólo tenía 27 años, Vargas Llosa estuvo entre los primeros autores que
generaron el llamado “boom de la novela latinoamericana”, en el cual también
brillaron el colombiano Gabriel García Márquez, el mexicano Carlos Fuentes, el
argentino Julio Cortázar y el cubano Guillermo Cabrera Infante, entre otros.
Cuando se produjo el “boom”, sólo dos
escritores latinoamericanos habían sido premiados con el Nobel de Literatura:
la poeta chilena Gabriela Mistral y el novelista guatemalteco Miguel Ángel
Asturias.
Pero en 1971, el más codiciado premio
literario del mundo, otorgado anualmente por la Academia Sueca, fue concedido
al poeta chileno Pablo Neruda, en 1982 al novelista colombiano Gabriel García
Márquez, y en 1990 al poeta y ensayista mexicano Octavio Paz.
Novelista, ensayista, dramaturgo y
periodista, Vargas Llosa es el sexto escritor latinoamericano sobre quien
recayó el galardón del Nobel, con lo cual corona una brillante carrera
literaria iniciada en su adolescencia, en la que no han faltado las pugnas con
otros escritores y sobre todo el debate político.
Por mucho tiempo su paradigma de
escritor fue Jean Paul Sartre, el novelista, filósofo y dramaturgo del
existencialismo para quien el ejercicio de la literatura era un compromiso, una
elección, y la palabra una acción transformadora de la sociedad. Por consiguiente,
literatura y política tenían que ir de la mano.
En consonancia con el pensamiento
sartreano, Vargas Llosa suele repetir que la vocación literaria surge de una
ruptura con el mundo y con la realidad. Por consiguiente, expresa una necesidad
de transformación personal o social.
Lo que queda en el subconsciente o en
la biografía secreta del escritor son las causas o los factores de esa vocación
por la ficción literaria, y que en su caso personal habrían tenido que ver con
su rechazo a un padre prepotente y tiránico, enemigo de la literatura, tal como
lo confesó en sus memorias tituladas El
pez en el agua.
En diferentes páginas autobiográficas, el
escritor ha recordado que empezó a escribir antes de los 10 años, como un
divertimento, a manera de continuación o extensión de las historias que leía
vorazmente en su niñez transcurrida en las ciudades de Cochabamba (Bolivia) y
Piura (en el norte del Perú).
Pero “la primera cosa que escribí en
serio”, dijo, fue a los 15 años y se trató del drama La huida del inca.
Con un pie en la literatura y el otro
en la política, el Vargas Llosa adolescente empezó militando en la democracia
cristiana, luego pasó al movimiento social progresista y después a la
célula “Cahuide” del clandestino Partido Comunista Peruano de los años 50.
En los años 60, radicado en París,
trabó relación con su admirado Sartre y adhirió a la naciente revolución cubana
liderada por Fidel Castro. Sin embargo, años después rompería con aquella y con
su jefe a raíz de la prisión y humillación pública que hizo víctima al poeta
Heberto Padilla y la hostilización de ese régimen contra otros escritores
cubanos como Cabrera Infante, Reynaldo Arenas y José Lezama Lima.
La publicación de La guerra del fin del mundo en 1981,
considerada por muchos su mejor novela, se interpretó como una severa crítica a
los fanatismos ideológicos a partir de la fabulación de la guerra de los
canudos contra el gobierno monárquico en el Brasil del siglo XIX.
Desde entonces Vargas Llosa empezó a
manifestarse abiertamente contrario a los regímenes comunistas mientras inclinaba
sus simpatías políticas hacia la socialdemocracia de modelo europeo. Su próxima
conversión, en los años 80, lo reveló como un convencido de las virtudes de las
doctrinas liberales de Karl Popper en política y de Friedrich von Hayek en
economía.
En 1987, a raíz del intento del
primer gobierno de Alan García de estatizar la banca, encabezó un movimiento de
protesta que frustró ese propósito y generó las bases para la fundación del
movimiento Libertad, de ideología liberal. Luego abrió un debate de ideas que
obligó al repliegue a la izquierda peruana, la mayoría de estirpe estalinista, abatida por la quiebra de sus paradigmas tras la caída del Muro de Berlín.
Sin embargo, en 1990 Libertad fracasó
en su proyecto de llevar a la presidencia de la república a Vargas Llosa, quien
fue vencido en las urnas por un político sin trayectoria ni programa como
Alberto Fujimori, alguien "fabricado" por el Apra y apoyado por la izquierda en su camino al poder. Dos años
después Fujimori cerraría el Congreso y convertiría a su gobierno en un régimen
cívico-militar.
Ante la propuesta de un general
fujimorista para despojarlo de la nacionalidad peruana, el escritor se
nacionalizó español en 1993 sin renunciar a su nacionalidad original. Pero
también se volcó a la denuncia del régimen fujimorista al que acusó de
degollador de la democracia en el Perú.
Antes de concluir el siglo XX, Vargas
Llosa publicó La fiesta del Chivo,
una novela que devolvió a la actualidad los entretelones de la corrupción de la
dictadura del general Rafael Trujillo de República Dominicana, de la absurda
devoción del pueblo hacia el déspota y de la supuesta acción de un grupo de
patriotas que habría terminado con el dictador.
Se decía que su constante adhesión a
la doctrina del liberalismo, que se interpreta como alianza con la derecha y el
poder económico, había bloqueado el acceso del escritor al premio Nobel, a cuyo
jurado se asocia a la corriente socialdemócrata. A estas alturas el mismo
Vargas Llosa, al parecer, había desechado cualquier posibilidad de hacerse con
tan codiciada presea.
Sin embargo, su tenaz papel de denuncia
de la corrupción del régimen fujimorista y de toda forma de poder totalitario
lo mostró como un luchador indoblegable contra las dictaduras y a favor de la
democracia. Y a fines del 2010 la Academia Sueca se rindió al más audaz
tecnólogo de la novela latinoamericana concediéndole el Nobel de Literatura.
Trabajador incansable y de ejemplar
disciplina, Vargas Llosa, de 76 años, no cesa de producir y de concebir nuevos
proyectos literarios y de escribir sobre política y literatura cada semana en
la prensa. En su bibliografía aparecen unos 70 títulos entre novelas, ensayos,
dramas y crónicas periodísticas.
Su más reciente novela, El héroe
discreto, publicada en el 2013, trata sobre los peruanos emprendedores, aquellos
que alcanzaron el éxito no obstante su origen de pobreza y las trabas
burocráticas del Estado, pero que ahora enfrentan la amenaza del crimen
organizado y la ambición parasitaria de sus herederos.
(1) Alfredo Barnechea, Peregrinos de la
lengua (Madrid, 1997).
lunes, 18 de marzo de 2013
Félix Puescas Montero
y su lámpara maravillosa
en las noches de Lima
Escribe Juan Carlos Lázaro - Lima, marzo de 2013
La poesía peruana está poblada de deslumbrantes avis raras.
Por mucho tiempo, las más fascinantes fueron las de Carlos Oquendo de Amat y
Martín Adán. El primero fue un verdadero fantasma, una figura invisible, casi
difusa aún en las pocas fotografías que consiguieron registrarlo; el otro, una
sombra solitaria y desgarrada, siempre huidiza, cuyo rastro se esfumaba en los
hoteles más miserables de Lima. Otros dos: Luis Valle Goicochea, frágil y
agónico, andaba ávido de misticismo del convento a la cantina entre personajes
marginales y anónimos. Y César Moro, pese a su exagerada vida de surrealista y
homosexual, prefirió el exilio en su castillo de grisú desde donde apostrofaba
a “Lima la horrible”. Había acaso en ellos cierta inclinación inconsciente
a pasar inadvertidos, un rechazo al
“personaje”, un no querer ser más que la palabra o el eco del poema que
escribían y firmaban. Pero en ellos se ha dado también el caso, o el absurdo,
mejor dicho, de un reconocimiento que
siempre se mostró esquivo o tardío a su obra pese a sus altos méritos.
“Andarín de la
noche”, la frase con la que Stefan Baciu definió a José María Eguren, bien
podría dedicarse con absoluta propiedad a Félix Puescas Montero, poeta peruano
sin clasificación ni generación, imprevisto Aladino que deambuló con su lámpara maravillosa por la
nocturnidad limeña durante tres décadas aproximadamente, indiferente al
mundanal ruido, pero escuchando lleno de pasión a Debussy (por las ondas de una
radioemisora de “música selecta”) y recitando a cada paso versos de Carlos
Sabat Ercasty con el deleite de quien saborea un buen vino.
Félix había nacido en Piura, con más precisión en un fantasmagórico poblado de sol infernal y colinas de arena denominado Bernal,
acaso semejante a la Comala de Pedro Páramo, en un año del cual él mismo
prefería no acordarse. Podríamos calcular, sin embargo, que fue a fines de los
años 20 del siglo pasado, porque cuando niño –según recordaría muchos lustros
después ante este cronista– había marchado con su familia y con ese pueblo en
respaldo de la candidatura de “el doctor Luciano Castillo”, un respetable
político socialista que había bregado al lado de José Carlos Mariátegui y que
fue elegido representante por Piura para el Congreso Constituyente de 1933. El
personaje más importante de su vida en esa época fue su madre, triste y dulce ("trilce") como la madre de Vallejo.
A mediados de los añosa 50 Félix emigró a Lima. La música de
Debussy, así como la filosofía y la poesía de Nietzsche fascinan al adolescente que empezaba a
nutrirse de metafísica y cosmogonía. Tiene 15 años cuando escribe su “Canto
Panteísta”: “De noche, cuando sufro nostalgias siderales, / me bebo el luminoso
vino de las estrellas / y ebrio de una inefable y ultraterrena dicha / monto el
alado potro en que la luz cabalga…”.
Lima lo fascinaría por siempre, pero no la matinal de la
inmundicia política, social y legal, sino la nocturna, la de los siete pecados
capitales, la de las primeras boites en torno a la plaza San Martín; aquella
que bailaba mambo y se entregaba con frenesí a la celebración de los
carnavales; que vibró con la súbita celebridad de una muchacha de 18 años
llamada Gladys Zender que se convirtió en Miss Universo, y que hacía de un
prontuariado pero apuesto delincuente apodado “Tatán” el ídolo de las veinteañeras;
aquella que mandaba al paredón al llamado “Monstruo de Armendáriz” (sin
evidencias ni pruebas de su supuesta culpabilidad), y desde donde gobernaba el
país con mano de hierro el “General de la alegría”.
Estos personajes y acontecimientos serían, tiempo después,
parte de su vasto reportorio de incansable y entretenido conversador, donde a
cada suceso le añadía la novedosa pincelada de “aquello que los otros no
vieron”. Tan abundante era este repertorio, donde a veces él mismo aparecía
como parte de los actores, que muchos empezaron a sospechar que el poeta
adolecía de “mitomanía”. Una de esas anécdotas se refería a una mujer solo
comparable a la Nadja de Breton, deslumbrante por su belleza, su magia y su
libertad sin límites. Se llamaba Alma Cristina Perry y, aunque nacida en
Argentina, era una ciudadana del mundo. En Lima la cortejaron muchos hombres (y
también algunas mujeres), pero su amante predilecto e incondicional fue siempre
Félix. Y, tal como apareció en su vida, imprevistamente, un día partió como una
maga que se esfuma en el aire de la madrugada. Quienes la conocieron volverían
a verla en las imágenes de Roma, de Fellini. “Ella es”, decía
un fascinado Félix a sus jóvenes amigos que veinte años después conformaban su
nuevo y selecto auditorio y con quienes compartía libros, paseos, bohemia y
cerveza. Sus jóvenes amigos sonreíamos llenos de incredulidad ante la pantalla
del cinema, concediéndole a Félix el derecho a soñar despierto. Hasta que un
día, para sorpresa de todos nosotros, reapareció en Lima Alma Cristina Perry,
aún deslumbrante y majestuosa, y nuevamente paseó por la ciudad
–intimidándonos– del brazo de su sonriente e irónico amante. Al lado de Alma
Cristina, otros personajes decisivos en la vida de Félix en ese periodo serían
el escritor de literatura fantástica Felipe Buendía, el pintor Oscar Allaín, y
el concertista de guitarra Lucho Justo.
La poesía de Félix Puescas Montero es un diálogo con Dios,
el Tiempo y el Cosmos. Los enigmas sobre el origen y los desconocidos
territorios del Universo son el manantial de muchas de sus imágenes. Y ningún
espacio es más propicio para hacer poesía con esas incertidumbres que la noche.
A estas inquietudes poéticas el mismo Félix llamaba “nostalgias siderales”.
Estilísticamente en su verso se dejan notar las influencias de Sabat Ercasty y
de Nietzsche, aunque en algunos momentos se emparenta con los de Residencia en
la tierra de Neruda, que dicho sea de paso era uno de sus libros predilectos.
Pero ninguna influencia es más honda que la de la música. Como bien ha anotado
Lucho Justo, tender un puente del hombre hacia la música, como supremo fin de
la existencia, constituyó el gran afán de su vida.
En 1989, cuando la salud del poeta se hallaba muy
resquebrajada, un grupo de amigos suyos, decididos a arrancarlo del injusto
anonimato, se empeñó en la publicación de un puñado de sus poemas con el título
de La lámpara única. La publicación quería ser también una sorpresa para el
poeta, con la cual los amigos iniciarían la reivindicación de su poesía. Sin
embargo, unas semanas antes de que el libro saliera de la imprenta, Félix
murió. Su nombre no aparece hasta ahora en ningún registro de la poesía
peruana. (JCL)
Jirón de la Unión ‘58
La noche
ahondando el infinito.
El universo
clavado en el vacío
como el ojo
de Dios.
La Tierra:
oscuro pez
atrapado en
la red de luz
de una
galaxia.
América:
fecunda hasta la fatalidad
flotando
sobre dos océanos,
y yo, que
todavía me llamo Félix,
caminando de
madrugada
por el jirón
de la Unión,
a la hora en
que éste
se me antoja
un puente abandonado
sobre la eternidad.
(Texto tomado de Librosperuanos.com)
sábado, 16 de junio de 2012
Padre con paisaje al fondo
Lo veo desde este lado de la página
conversando con el viento acerca
del paso de los años. Tiene las manos
del tiempo, el rostro del sol,
la actitud de la enredadera ascendiendo
hacia no se sabe dónde.
Juntos somos dos soledades, o acaso
yo solo soy la suya que continúa
como un patio interior al caer la tarde.
Lo veo desde este lado de la página.
Está viejo y triste. Está solo.
Pero su corazón guarda la memoria
de una mujer como su más íntimo
secreto de poeta.
(Poema de Juan Carlos Lázaro. Tomado de Gris amanece la urbe del hambre (Lima, 1987).
sábado, 9 de junio de 2012
Elegía a una puerta
Por esta puerta imaginaria
he salido a los campos celestes
a las noches en llamas
a los ríos dorados que bajan del alba
y penetran mi cuarto lejano
poblado de bemoles
agujas y mapas
Reconozco sin embargo
que no hay nada tan inútil
como una puerta imaginaria de
goznes oscuros
desde la cual atisbo cada tarde
el lento girar de los astros
la figura difusa de un
hermano desconocido
la sombra azul de un
tigre ensangrentado
No obstante esta es mi puerta
la puerta imaginaria de
goznes oscuros de mi cuarto lejano
por la que entro y salgo al mundo cada
día
inútil y sutil en cada paso.
De "Entre la sombra y el fuego" (2008) poemas de Juan Carlos Lázaro (Lima, Perú).
viernes, 25 de mayo de 2012
Objetos y zozobras
Una lámpara y cuatro libros
para la inmóvil travesía,
el sombrero negro
para las fiestas de guardar,
los anteojos oscuros
para la tristeza,
el pantalón a rayas
para la felicidad,
la maleta de viaje
para la muerte en tranvía,
las historias de Poe
para el insomnio y la piedad,
el reloj de blanca esfera
para la ansiedad y la prisa,
los mapas en pergamino
para el arte de soñar,
los baúles sin fondo
para las sombras sin alambres,
el manual de estilo
para tanta soledad,
las cartas amarillas
para la zozobra,
los cuchillos tenaces
para la marcha triunfal,
las reglas del sastre
para memoria de su sastrería,
la puerta de doble llave
para la amante fatal.
jueves, 26 de abril de 2012
Entre la
sombra y el fuego
Entre la sombra y el fuego
yo venero la casa cóncava de tus genitales,
los campos dorados bajo tus pies,
las leves orillas de tu delirio.
Yo venero la arboleda
que crece oblicua en tus axilas
y la geografía de tu cuerpo
que prefigura la de tu país
según los mapas antiguos de los viajeros.
Nada hay más tenue que tu luz de libélula
arrancada del fondo de los planetas
y que ese incesante flujo de raíces
que se pierde lento entre las aguas.
Yo venero la noche
que crece y se agota en tu vientre,
la luna de estaño que cuelga sobre tu ventana
y a todos los astros que giran unísonos
alrededor de tu sueño.
Juan Carlos Lázaro
(Desde Lima, Perú)
jueves, 8 de diciembre de 2011
Se trata de un poeta e investigador literario prácticamente desconocido en el Perú, pero su libro Rayuelo fue elogiado por Gabriela Mistral antes que la poeta chilena fuera galordonada con el Nobel de Literartura.
Abraham Arias Larreta
o la añoranza de la tierra natal
Por Juan Carlos Lázaro
El nombre de Abraham Arias Larreta, pese a sus facetas de poeta, investigador literario y compositor, es prácticamente desconocido en el Perú. Ello tal vez se explique por sus largos años de exilio y por haber desarrollado gran parte de su trabajo docente en el extranjero, donde también murió. Sin embargo, sus obras de investigación, especialmente las dedicadas a las “literaturas americanas aborígenes” –en las que se convirtió en una autoridad- aún despiertan el interés de estudiosos de los Estados Unidos y de Argentina, donde han sido reeditadas varias veces.
De la vida, las costumbres y el paisaje pueblerino de Santiago de Chuco, una provincia de la sierra norte del Perú donde había nacido el 21 de mayo de 1908, Arias Larreta haría precisamente el motivo principal de su poética, tanto en la narrativa, como en el verso y la música1. Huelga decir que en Santiago de Chuco también había nacido en 1892 César Vallejo, considerado el mayor poeta del Perú, cuya nostalgia por el terruño, la infancia y el hogar es una constante en su obra.
Arias Larreta se graduó de profesor en el Instituto Pedagógico Nacional de Lima y ejerció la docencia en la Universidad Nacional de Trujillo en la que dictó la cátedra de Literatura Peruana. A esta etapa corresponden sus primeros títulos: Las voces que recogió mi meridiano o Cuentos cholos (1932). De este último libro se dice que sería uno de los primeros en introducir la palabra “cholo” en la narrativa peruana con una connotación afectuosa y de identidad étnica, diametralmente opuesta a su connotación despectiva como entonces se le usaba. A este momento también pertenecen sus Estampas santiaguinas (1937), así como los poemarios La baraja de cholo, El hondero de la laja encendida y Rayuelo (1939).
Rayuelo está considerado su más importante aporte a la poesía peruana. Es un poemario que recrea en sus versos la inocente y tierna emoción de la infancia con el trasfondo paisajístico de su terruño natal. Esta característica lo emparentará con otro poeta de similar registro lírico, Luis Valle Goicochea, nacido en 1910 y, por extraña coincidencia, en una provincia –Pataz- vecina al pueblo de Arias Larreta. Rayuelo sería elogiado por Gabriela Mistral en 1944, es decir un año antes que la poeta chilena fuera galardonada con el Nobel de Literatura.
Militante del Partido Aprista Peruano (PAP) en una de las etapas más difíciles de este movimiento político -que surgió con una prédica antimperialista-, Arias Larreta integró el grupo de “Los poetas del pueblo”, auspiciado por aquel partido en los años posteriores a 1945. Al grupo de “Los poetas del pueblo” también pertenecieron, entre otros, Alberto Hidalgo, Nicanor de la Fuente, Mario Florián, Julio Garrido Malaver, Gustavo Valcárcel, Manuel Scorza y Juan Gonzalo Rose. La persecución contra sus ideas políticas lo llevará al destierro en esa época. Luego entrará en divergencia con la dirección de su partido, lo mismo que Ciro Alegría, el notable autor de El mundo es ancho y ajeno, hasta renunciar ambos a sus filas.
Después de una temporada en Puerto Rico, en cuya universidad también ejerció la docencia, parte a los Estados Unidos y se incorpora a la plana docente de la Universidad de Missouri (Kansas) donde se desempeñará como profesor del departamento de Literatura y Lenguas Extranjeras.
En la cátedra norteamericana, Arias Larreta se entregará con gran disciplina a la investigación sobre las “literaturas americanas aborígenes” y a la literatura colonial hispanoamericana, hasta convertirse, como ya se dijo, en una autoridad de la primera materia. Llegó a realizar estudios que aún ahora, en pleno siglo XXI, se consultan y se demandan, principalmente en Estados Unidos y Argentina, entre cuyos títulos podemos citar Literaturas Aborígenes de América (que comprende estudios sobre las literaturas orales de aztecas, incas y maya-quiches, con ediciones de 1951, 1962 y 1968), Pre Columbian Literatures (1964), Historia de la literatura indoamericana (1964), From Columbus to Bolívar (1965), Literatura Colonial (1970), etc.
Este polifacético autor peruano, desarraigado físicamente de su país durante más de 40 años, pero en todo momento con el alma entrañablemente unida a él, y específicamente al terruño que lo vio nacer, murió en los Estados Unidos el 24 de octubre de 1980.
1Ya en 1947 había publicado el ensayo Folklor nor peruano y, posteriormente, recopiló sus composiciones en dos long play: Marineras y serranitas y Nuevos valses peruanos.
sábado, 12 de noviembre de 2011
“Mussolini es un macho de la especie y autor de la consegna de este año”, escribía Pound en Make it New, una colección de su mejor prosa literaria de 1934. Los diarios fascistas, como el reconvertido “Gazzetta del Popolo”, lo llamaban “el poeta economista”. En su último domicilio en Venecia, donde murió, sito en la calle Querini 252, figura una plaqueta en mármol blanco en la que reza: “Titano della Poesia”.
Ezra Pound: Vanguardia y fascismo
(entre Confucio y Mussolini)
¿Por qué leer a Pound? Fascista recalcitrante, antisemita rubicundo, traidor a su patria además de desequilibrado mental (psicótico). Como Heidegger, como Céline, como Paul de Man, como Blanchot, como Cioran, como Elíade como Pessoa, como Michels y como tantos otros el problema en cualquier esbozo biográfico de estos intelectuales son los años que transcurren entre el fin de la Primera Guerra Mundial (1918) y la derrota del Tercer Reich (1945). Todos abrazaron con fascinación el naciente fascismo. Pero Pound no sólo merece estar en la galería de los sospechosos de siempre de la historia intelectual: revolucionó la literatura directa e indirectamente. Además de ser el más grande de los poetas del siglo XX fue editor, corrector y artífice de la publicación de No Man’s Land de T. S. Eliot, el primer poema realmente modernista que formateó todo lo que venía del pasado, haciéndolo caduco y ridículo. Sin embargo, mientras que Eliot pasó a convertirse en el principal crítico y poeta de su tiempo, a pesar de su carga teológica, la posición de Pound ha sido empañada por su apoyo incondicional a Mussolini y Hitler, sus programas radiofónicos de agit-prop fascista en Roma durante la Segunda Guerra Mundial y por su antisemitismo visceral. Como en los debates sobre autores hechizados por el fascismo, en el caso de Pound tenemos también interpretaciones opuestas, una herradura hermenéutica que oscila entre separar artificial y absolutamente la obra del hombre (el clásico es Julia Kristeva) o directamente hacer preceder a la poesía de su adhesión política al fascismo (Massimo Bacigalupo). La conclusión es un silogismo ridículo: Pound no fue fascista (cuando efectivamente lo fue); Pound no fue realmente un poeta (cuando lo fue y cómo). O, profundizando un poco, Pound fue fascista sui generis pero su poesía no. Habría un Pound bueno, el enhebrador de stanzas y rimas libres, un essential Pound y un Pound malo, demente, irracional, loco de atar, un pobre desequilibrado que creía ser fascista aunque no era fascista en el fondo. Por supuesto, la mayoría de los estudiosos, en ambas márgenes de la interpretación, no tienen idea de qué era el fascismo en su versión italiana. Al no comprender la originalidad, no entienden, proyectan su propia ignorancia en Pound. Para muchos sigue siendo impensable que el fascismo haya atraído verdaderamente a ilustrados de la magnitud de Pound. Como señalaba Connor Cruise O’Brien sobre Yeats, ¿cómo se puede conciliar la poesía que más amas con la idea política que más odias? Éste es el dilema Pound. Hay una tercera variante de hagiografía clínica, que intenta exculpar a Pound por su supuesta demencia durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso lo sostienen autores progresistas o de izquierdas. Esta vía de exoneración está clausurada hace tiempo. Tenemos las declaraciones del Dr. Jerome Kavka, que examinó a Pound en el psiquiátrico de St. Elizabeth’s, quién ha repetido que no sufría de psicosis y que la internación se debió a los temores de Pound a ser ahorcado por traidor durante la èpuration. La puesta en escena célinnianne de Pound fue idea de su círculo de amigos para evitar un juicio catastrófico. La discusión sobre la deriva fascista en torno a Pound se reaviva en Inglaterra por la edición de unas cartas inéditas a intelectuales chinos, algunas de la cuales hablan no sólo de su trabajo como escritor, poeta, guionista y editor, sino además de su afinidades políticas y de su decisión de apoyar el fascismo (Pound no diferenciaba entre fascismo y nacionalsocialismo). Las 162 cartas, escritas en un raro acento fonético, fueron rastreadas y localizadas a lo largo de 15 años por el profesor Zhaoming Qian, de la Universidad de Nueva Orleáns. Abarcan un período de cuarenta años y nos dejan ver su adhesión a formas políticas del confucianismo, comentarios sobre cómo se recibía en Occidente su opera magna The Cantos (“Cantares” en español) y opiniones sobre poetas y escritores de la época, incluido por supuesto su alter ego T. S. Eliot. Uno de los biógrafos más profundos de Pound, David Moody, señala que estas cartas nos permiten explicar el distanciamiento entre los dos grandes poetas, separación marcada por criterios políticos. Eliot, a través de su revista “The Criterion”, aplicaba su mandarinesca Kulturkritik contra el capitalismo y su bárbaro modernismo. El escalpelo eliotenne se afilaba con piedra de amolar católica y sus parámetros pueden calificarse de “reaccionarios”. Nunca llega a desembocar en la decisión por el fascismo. Eliot era un Edmund Burke revivido y redimido. Clamaba por una nueva tercera vía, ni bolchevique ni capitalista, pero su modelo era un renacimiento del corporativismo con espíritu latino. Era esto, y no ninguna lucha dialéctica por la estética, lo que enfurecía a Pound. En sus cartas llama a Eliot “Elephant”, “Buzzard”, que tiene “Head full of Mouldy Old Christianity”. La correspondencia además nos explica la tensión ideológica y el intento de sincretismo entre la teoría fascista y Confucio. Por supuesto, una síntesis para nada absurda o producto de una locura en ciernes, que en realidad nunca existió. Y de cómo se producía la retroalimentación con su proyecto subversivo de escritura poética.
Un “poeta economista” en la Italia fascista
“Mussolini es un macho de la especie y autor de la consegna de este año” escribía Pound en Make it New, una colección de su mejor prosa literaria de 1934. Los diarios fascistas, como el reconvertido “Gazzetta del Popolo”, lo llamaban “el poeta economista”. En su último domicilio en Venecia, donde murió, sito en la calle Querini 252, figura una plaqueta en mármol blanco en la que reza “Titano della Poesia”. Nunca tan bien dicho. Es uno de los poetas más revulsivos y decisivos del siglo XX. Y lo sabía. Su fiel Penélope fue Gustav Flaubert, como le gustaba repetir. Hay una imagen curiosa donde se lo ve, una foto en blanco y negro, como un símbolo futurista encarnado: hiperactivo, atlético, vigoroso. Juega al tenis en su residencia en Rapallo, Italia. El país está gobernado por el Il Duce Benito Mussolini, el líder que tenía “sentido del tiempo”. Sabe que el “juego con el arte” ha cambiado. Pero Pound, pese al New Criticism que ve artistas inmaculados dedicados en alma y vida a la causa literaria en impolutas torremarfilescas, no era un poeta en sentido estricto y débil. No era simplemente un jugador de estilo más. No era un Mallarmé. No lo permitía su propia gigantez. La escritura para Pound debía ajustar cuentas con el terremoto de la guerra, con la matanza colectiva y con la crisis de las democracias liberales. El estilo debe hacer un control de daños para remover de la bancarrota a la Kultur occidental. La poesía, “esa vieja puta desdentada” es parte de la decadencia sin fin. Al liberalismo lo llama sin pudor “a running sore”. Su poesía es una toma de postura política, es la “impresión en yeso” que la edad del modernismo reaccionario exigía. Pound, artífice del Imagismo primero, del Vorticismo después, experimentador rabioso, critico furibundo del Futurismo. El diagnóstico del vaciamiento del sujeto de la cultura humanista y la disolución del lenguaje también son hiperpolíticas. Igual de políticas son las de sus compañeros de viaje Yeats y Eliot. Y no podría ser de otra manera. Se trata de atravesar transversalmente todos (y “todos” no es retórica) los modelos de formalización del lenguaje literario antes que la cultura occidental se diera una forma económica basada en el plusvalor (con el paso del valor de uso al valor de cambio). Si Pound bucea incansablemente en el vers libre de los poeta mélicos, en los clasicistas isabelinos o en los trovadores franceses, en los haikus de la poesía provenzal o los juglares bretones, es que busca un lenguaje, en forma y ritmo, que supere la irreversible reificación capitalista y la lenta fragmentación-alienación del material por medio del cual la literatura (y la poesía) trabaja. El retorno a los orígenes “que fortifica, porque implica un retorno a la naturaleza y a la razón”, no es romanticismo banal (¡para eso está Filippo Tommaso Marinetti!), sino el intento de buscar el inicio auténtico fuera de las mediaciones del capital. El hombre de la nueva era “no quiere hacer lo que debe donde no debe”. Tradición no significa ataduras que nos liguen al pasado: es algo bello que conservamos y que se mantiene inmune al circuito dinero-mercancía-dinero. El fetichismo del dinero es el que ha hecho mercancía al propio lenguaje. Para entender a Pound y su revolución poética debe comprendérselo como un pensador en toda la extensión del término. Pound es como la Quimera homérica: poeta por delante, economista por detrás y en el medio el político. Pound, como Heidegger, como Blanchot, como Céline, como tantos, abrazó la solución fascista no como residuo de una fantástica psicosis, no como un error por inexperiencia política sino como resultado coherente de sus propias reflexiones sobre la economía y la política de su tiempo. En el siglo XX la rebelión ideológica anti liberal precedió a la política, la voluntad de purificar el mundo burgués de las hipotecas del siglo XVIII, así como el rechazo al “malestar” liberal y burgués se unen en un mismo impulso en las más importantes vanguardias literarias y artísticas de Europa.
Modernismo y proto fascismo
“La revolución fascista fue hecha PARA la preservación de determinadas libertades y PARA el mantenimiento de un cierto nivel de cultura, de ciertos estándares vida, pero NO fue hecha para hacer descender un nivel de riquezas o de pobreza, sino que es una denegación a entregar ciertas prerrogativas inmateriales, una denegación de entregar una gran porción de nuestro patrimonio cultural… Es posible que todas las demás revoluciones se han producido sólo después, es decir, muy considerablemente DESPUÉS de un cambio en las condiciones materiales, pero la ‘revolución continua’ de Mussolini es la primera revolución que ocurre simultáneamente con el cambio de las bases materiales de la vida.” (“Jefferson and/or Mussolini”, escrito en 1933, publicado en 1935) Así resumía Pound la positividad del fascismo como fenómeno epocal y, en sus propias palabras en el prefacio de la edición norteamericana del phamplet, nos explicaría a sus lectores “la idea statale del fascismo tal como yo la he visto”. Estas ideas no se las contagió al ver la rivoluzione continua en vivo en Italia: siempre confesó que su Turn hacia la nueva derecha había ocurrido en Inglaterra. Pound fue un intelectual comprometido con su tiempo. Como tantos intelectuales del ‘900 y como su futuro héroe, Mussolini, Pound también comenzó su deriva fascista desde el socialismo. Su lugar fue el diario “New Age”, en el que escribió sin interrupciones diez años: de 1911 a 1921. El diario pertenecía a las Fabian Arts Society y portaba como motto “An Independent Socialist Review of Politics, Literatura and Art”. Antes de la Gran Guerra era considerado el mejor diario de la izquierda británica. Allí escribieron Shaw, Chesterton, Belloc y muchas futuras figuras intelectuales del Labour Party. El diario intentaba realizar una rara síntesis, que ya veremos en otros tipos de fascismos, entre el socialismo evolucionista y el sindicalismo. La formación económica de Pound se realizó íntegramente gracias a este diario a través de la difusión de economistas heterodoxos, algunos importantes aún hoy en día como Jean Silvio Gesell y otros que han pasado al justo olvido, como C. H. Douglas. Ya en pleno fascismo italiano Pound dio conferencias sobre economía planificada y la base histórica de la economía en la Universidad de Milán a lo largo de 1933. Al inicio del ‘900 en sucesivos artículos Pound defiende las reformas socialistas llamadas “Social Credit”, en clave proudhonnistes, y su economista de cabecera es siempre Gesell. Como muchos pre fascistas, Pound cree que modificando la esfera de la circulación y la distribución podría nacer una nueva sociedad sin tocar las estructuras sociales y políticas, sin tocar el derecho de propiedad básico. El fascismo es el único, entre el comunismo y el capitalismo liberal, capaz de llevar a buen término la justicia económica. Paralelamente a su actividad como socialista de la tercera vía (ni bolchevique, ni liberal) Pound inicia otro tipo de actividades político-literarias. En diciembre de 1913, Ezra Pound le escribe al poeta William Carlos Williams una carta donde llama a la escena artística literaria de Londres ''The Vortex”, el vértice. Será un término que hará historia. La aparición en Londres de la revista “Blast” en junio de 1914 anuncia públicamente el nacimiento del “Vorticism”, un movimiento vanguardista emparentado con el futurismo pero que rompía con él en lo esencial. Hasta el “New York Times” de la época destacó la ruptura que se avecinaba. Según la definió Pound en carta a sus padres “es la más inteligente revista de Londres. Ustedes la detestarían”. Lewis había tomado la idea de “Blast” de los cubistas. Marinetti estuvo en Londres en 1913 y se encontraron. La revista no sólo destacaba en contenidos sino revolucionaba la forma hasta en los colores (¡rosa chillón en plena época victoriana!) y la tipografía. Su objetivo era “devastar”: devastar la cultura francesa, el humor inglés, la iglesia anglicana, la cultura popular, la prensa tradicional, las autocreídas vanguardias, la burguesía segura y establecida. En la revista escribirán, entre otros, Ford Madox Ford y T. S. Eliot. Más tarde Pound empleará el término “Vortex” para definir la especificidad única del arte de su amigo Wyndham Lewis. Lewis es “un verdadero maestro”, fue él el que redacto el “Vorticist Manifesto”, y para Pound debería estar al lado de Gaudier, Picasso o Joyce en cuanto a su papel revolucionario en el arte y la literatura. A Ernest Hemingway, que lo conoció, le disgustaba, y dijo que tenía los ojos “de un violador fracasado”. Pound se arrepentirá toda su vida de no haber escrito un libro sobre él. De la novela de Lewis Tarr (1918, reescrita en 1928), Pound dirá que es “la novela inglesa más vigorosa y vehemente de su tiempo y su autor el fenómeno más excepcional de la época”. El único escritor contemporáneo que puede comparársele es Joyce. El escritor y pintor Wyndham Lewis escribirá un libro en 1931 elogiando a Hitler, editado por Chatto&Windus, aunque nunca llegará al extremo del intelectual fascista comprometido como Marinetti, Drieu, Brasillach o Paul de Man. Lewis considera al nacionalsocialismo (todavía en la oposición) como una respuesta al comunismo, en la que el concepto de raza es un antídoto saludable contra la idea de Klassenkampf, de clase social. El programa hitleriano es un excelente plan para salvar a Europa frente al peligro del bolchevismo asiático. En síntesis: el fascismo, dirá Lewis sin arrepentirse nunca (de manera similar a cómo Heidegger seguía justificando al nacionalsocialismo hasta su muerte) es la expresión revolucionaria más adecuada y más acabada de la oposición al status quo burgués. El modernismo revolucionario qua reaccionario. Curioso o no, Lewis fue ampliamente difundido en Argentina a través de la revista “Sur” de Victoria Ocampo. Pero la figura de Lewis personifica perfectamente el intelectual modernista reaccionario atraído por la vitalidad, la energía de lo irracional, la fuerza del instinto, todos fenómenos de esta rebelión contrailuminista, antimaterialista, antiburguesa y antimarxista que representará en un primer momento el fascismo italiano, luego el nacionalsocialismo y los diversos fascismos menores de Europa. El vorticismo contribuirá a ilustrar la naturaleza de las afinidades entre revuelta cultural, modernismo reaccionario y el ascenso irresistible del fascismo. Las raíces del modernismo se encuentran entrelazadas con las afinidades electivas de la derecha revolucionaria, el pasado perfecto del futuro fascismo.
Derecha revolucionaria y filosofía
El grupo vorticista tenía un ideólogo más profundo, un filósofo en toda línea, una especie de Heidegger o Drieu de la Rochelle inglés. Su nombre era Thomas Ernest Hulme. Su ascendencia sobre Pound, Yeats o T. S. Eliot es incuestionable. Ya el perspicaz Borges lo había notado cuando escribió que Pound “fue discípulo del filósofo Hulme, con el cual inauguró el Imagismo, destinado a purificar la poesía de todo lo sentimental y retórico” (¿habrá influenciado a su vez el reaccionario Hulme a Borges?). Tanta era la admiración de Pound por Hulmes que en su cuarto libro, Ripostes (1912), incluye un curioso epílogo, compuesto por los pomposamente calificados Complete Poetical Works of T.E. Hulme. Se trata de cinco poemas, breves, en el estilo de los haikus. Hulme era una personalidad excepcional y el verdadero teórico del clasicismo revolucionario del que beberán tanto el fascismo como el nazismo. El joven filósofo y crítico de arte reaccionario reunía en el café “Tour Eiffel” del Soho, los jueves por la tarde, a un grupo de escritores que constituían una secesión del tradicional Poet's Club londinense creado por un banquero. El jueves 22 de abril de 1909, Pound llegó por primera vez a ese cenáculo, invitado por su maestro Hulme. Un miembro del grupo, F.S. Flint, quién junto con Hulme y Pound crearán el “Imagism”, recuerda esa primera y memorable ocasión: "(Pound) debe haber olvidado, o nunca se enteró, de la excitación con la que los clientes de las demás mesas le oyeron declamar su Sestina: Altaforte... qué fuerte vibraba la mesa en resonancia con su voz”. Los imagistas editarán una antología que hará época llamada “Des Imagistes” (edición española Trieste, Madrid, 1985) será publicada en 1914 en EE.UU. y el Reino Unido. La integraban: Richard Aldington, F.S. Flint, Skipwith Cannell, Amy Lowell, William Carlos Williams, D.H. Lawrence, James Joyce, Ford Madox Hueffer (todavía no era Ford Madox Ford), Allen Upward, John Cournos y Ezra Pound. Hay allí al menos tres de los mayores escritores en lengua inglesa del siglo (Lawrence, Joyce y Williams) reunidos por mérito exclusivo del cuarto de ellos. El libro fue recibido con desprecio e indiferencia. Pero sigamos con Hulme. El filósofo tomó la iniciativa de traducir al inglés las Réflexions sur la violence de Georges Sorel, el teórico sindicalista que revisaba en clave antimaterialista a Marx. Mussolini declaraba que “mis modestas ideas han encontrado confirmación autorizada en la obra de Georges Sorel”. El fascismo consideraba la obra soreliana como una fuente de inspiración y un antídoto saludable contra las perversiones marxistas. Hulme también tradujo al inglés a Henri Bergson y su vitalismo antikantiano, otra de las fuentes filosóficas del futuro fascismo. Hulme se presentó como voluntario entusiasta y murió en la Gran Guerra en septiembre de 1917, en Flandes a la edad de 34 años. En su época, según relatan diversos testimonios, se había transformado en una de las inteligencias más influyentes y uno de los principales protagonistas de la escena intelectual. T. S. Eliot dijo que era “el gran precursor de un estado de ánimo nuevo, el estado de ánimo del siglo XX” y lo definía como “un clásico, un reaccionario y un revolucionario en las antípodas del espíritu ecléctico, tolerante y democrático del siglo pasado”. La médula del pensamiento de Hulme, todavía no maduro por su edad, es un violento ataque al humanismo, a la perfectibilidad humana, a la empatía artificial y a la idea de progreso. Su objeto de demolición es la idea según la cual la existencia es o debe ser la fuente de la que emanan todos los valores. Hulme arremete contra todo el espíritu y el arte del Renacimiento (Donatello, Miguel Angel, Marlowe) y contra la ética y la política derivada de él: Descartes, Hobbes, Spinoza, Rousseau. Su textos declaran la guerra al romanticismo, pero al romanticismo a la 1789 (el de la Gran Revolución Francesa) y a la concepción rousseauniana del individuo (el hombre es bueno por naturaleza). Hulme adopta el punto de vista del gran reaccionario Burke, las posiciones y definiciones de Charles Maurras (lo dice específicamente), de Laserre y de los proto fascistas de la Acción Francesa. Los románticos creen en la infinidad del hombre, nosotros, dirá Hulme, en sus límites. Es necesaria, sobre la lenta Untergang de Occidente, una estricta disciplina religiosa (o un sustituto a este lazo) que implica, en las formas institucionales, disciplina política (ya no basada en ese invento llamado “contrato social”) y obediencia al estado. Este es el fundamento de la llamada “Anti-Democratic Intelligentszia”: rechazar de plano la tradición iluminista-humanista; criticar con violencia extrema y subversiva la democracia liberal. La tarea del siglo XX, señalaba Hulme, era disociar a la clase obrera de la democracia. En este marco es que hay que entender el trabajo poético y el alcance de la creación literaria de Pound. Hulme, admirador de Sorel, ofreció un retrato del teórico de la violencia y del sindicalismo revolucionario que podría aplicarse a su discípulo Pound: “Un revolucionario que es un antidemócrata, un absolutista en cuestiones de ética, que rechaza todo tipo de racionalismo y de relativismo, que concede la mayor importancia al elemento místico en religión, elemento que está convencido que nunca desaparecerá, que habla con menosprecio del modernismo y del progreso y utiliza un concepto como el honor sin el más mínimo toque de irrealidad”.
Confucio & Mussolini
Pound empezó a leer a Confucio de traducciones del francés en 1914-1915. Hizo varias pequeñas traducciones y en 1928 apareció su primera gran versión inglesa de uno de los clásicos “El Gran Compendio”. Ya en sus The Cantos se encontraban numerosas citas de “Las Analectas”. En sus cartas recientemente descubiertas se ve la tensión de Pound en su busca de una ética comunitaria que pudiera complementarse con el fascismo sobre el terreno. ¿Cómo intentó realizar Pound una síntesis hegeliana entre confucianismo y fascismo italiano? Confucio “que tenía a su espalda dos mil años de historia documentada, que él condensó de manera que fuera de utilidad a los hombres que ocupan cargos oficiales”, permitía una Sittlichkeit, una moralidad estatal basada en salidas pragmáticas, evitando la politiquería y las discusiones abstractas de la burocracia. Confucio además sostenía una antropología pesimista sobre el hombre y un regreso a una época dorada imperial, en la cual los hombres de letras y eruditos gozarían de una posición de clase ventajosa. Los funcionarios superiores del Stato Totale deberían ser instruidos en Las Analectas confucianas y como regla general “no se debe permitir que ningún cristiano desempeñe cargos ejecutivos”. A Mussolini, el fondatore dell’Impero que había ya cambiado el gobierno burgués por “algo positivo, por una máquina útil”, le podría ser de enorme ayuda el aporte autoritario, centralista y práctico del confucianismo. Del judaísmo ni hablar, aunque podrían conservarse “unos cuantos judíos serios”. Confucio más Mussolini era la Océana ideal, que superaría el comunismo bolchevique y las plutocracias occidentales. Pound pensaba que el nacionalsocialismo estaba más cerca que el fascismo en los ideales confucianos de su estado. El final ignominioso de Pound es ya conocido. Hay algunas anécdotas que nos pintan qué lejos estaba en su adhesión al fascismo de la esquizofrenia. Un Pound entusiasmado contaba que a Mussolini, “que tiene sentido del tiempo”, le gustaba la música clásica por sobre la música ligera contemporánea (el jazz). El clasicismo revolucionario se encarnaba en una figura: il Duce. Y que il Fascio (como llamaba en su florido lenguaje a la dictadura fascista) era “un fenómeno interesante”, tras el cual “hay perspectiva histórica”. El “estado imperialista capitalista” (sic) no sólo tenía que ser juzgado en comparación con el fascismo desplegado o con las utopías sin realizar sino con las formas pasadas de sociedad. La época no era de pasividad, de espectadores sino de acción: en su entusiasmo reaccionario se puso a preparar un guión cinematográfico en 1932 sobre la historia del fascismo, enviándole un ejemplar a Mussolini con dedicatoria. Finalmente logró el encuentro más deseado: el 30 de enero de 1933 se entrevistó con il Duce en el Palazzo Venecia, presentándole al dictador una lista de propuestas sobre reformas monetarias, económicas y además, como confesó, vislumbrar la grandeza mental de Mussolini. Le regaló un draft de XXX Cantos, el dictador lo hojeó, leyó algunos poemas y le dijo que lo encontraba “divertente”. Pound consideró esa frase un comentario muy serio que indicaba que el gran hombre de estado en un instante había llegado al alma de su obra. Emocionado como Hegel cuando vio a Napoleón en Jena, Pound consideró el hecho como una prueba de la brillantez de Mussolini y el hecho que The Cantos sería una obra para Übermenschen, superhombres. Su impresión en yeso para esta época. Desde aquel día Pound no llamaba a Mussolini por su nombre, sino se refería a él como “Muss” o “The Boss” (como le llama en los primeros versos del canto 41). Era el “Artifex”, un genio sin medida. Eliot en “The Criterion” le publicó un artículo titulado “Asesinato por el Capital”, donde presenta a Mussolini como “el primer jefe de estado de los últimos tiempos en percibir y proclamar que la calidad era una dimensión de la producción nacional”. En Guía de la Cultura (1937), impresionado por ese encuentro (que será el último), Pound decía que “Mussolini, un gran hombre, demostrablemente en sus efectos sobre los acontecimientos, inadvertidamente en la rapidez mental, en la velocidad con que se expresa su verdadera emoción en su cara, de tal modo que únicamente un hombre retorcido podría malinterpretar lo que quiere decir y cuáles son sus intenciones básicas”. Y The Cantos tiene sus propios capítulos fascistas: los cantos LXII al LXXII, conocidos como The Adams Cantos. Quiso escribir un libro sobre il Duce que nunca pudo realizar. Cuando viajó por última vez a los Estados Unidos, en 1939, al descender del trasatlántico italiano Rex (por supuesto en una suite de 1ª clase, el "Rex" es el navío inmortalizado por Fellini en "Amarcord" ) declaró a la prensa que “Mussolini y Hitler han hecho más cosas por la paz que todas las democracias liberales”. Ya en esos momentos Hitler se había anexionado Austria y los Sudetes, Mussolini ya había conquistado con sangre Abisinia para su nuevo Imperium romano, y Pound apoyaba la operación colonialista: “Abisinia está mejor bajo el mandato de il Duce que de Negus (el emperador nativo)”. En tan sólo unos meses el IIIº Reich atacaría Polonia, estallando la Segunda Guerra Mundial. Pound utilizaba un papel de diseño propio para escribir, que tenía un dibujo de sí mismo diseñado por Wyndham Lewis y un motto fascista en el encabezado que decía: “La libertad es un deber, no un derecho”. A la vuelta a Rapallo desde los EE.UU. se desató la guerra. Pound ofreció sus servicios al gobierno italiano para montar una serie de emisiones radiales que llevaran a los americanos a apreciar y simpatizar con el fascismo. La primera emisión fue en enero de 1941. La idea general de Pound era que las guerras eran creadas por la codicia de los usureros (por supuesto siempre judíos) y los fabricantes de armamento. Cuando Japón atacó Pearl Harbor, obligando a los EE.UU. a declararle la guerra el Eje (diciembre de 1941), Pound decidió seguir emitiendo con su propio nombre y señaló que “Roosevelt está en manos de los judíos más de lo que el presidente Wilson lo estuvo en 1919”. El 26 de julio de 1943, una corte federal de los Estados Unidos acusó a Ezra Pound de adherir a los enemigos de los Estados Unidos. En otras palabras, traición. La pena iba desde 5 años de prisión y U$S 10.000, a la silla eléctrica o, mejor dicho, la horca.
La caída de los dioses
El 10 de julio de 1943, tropas británicas y estadounidenses desembarcan al sur-este de la isla de Sicilia y la ocupan en poco más de un mes. La invasión aliada de territorio italiano provoca que el 24 de julio se produzca un putsch palaciego, el rey de Italia Víctor Manuel IIII ordene la detención de Mussolini y nombre al mariscal Badoglio nuevo presidente del país. El gobierno de Badoglio se rindió a los aliados y los alemanes ocuparon toda Italia. Un comando liderado por Otto Skorzeny libera a Mussolini quién establece la Italia fascista en el norte, con capital en Milán. Se la conocerá como la Repubblica Sociale Italiana (RSI), pero su nombre popular será República de Saló, debido a que la residencia de il Duce estaba en Saló, pequeña ciudad en el lago Garda. Pound estaba en ese mes crucial de septiembre de 1943 en Roma. Un empleado del Minculpop (Ministerio de Cultura Popular fascista) recuerda haber visto a Pound deambulando por las desiertas oficinas, buscando los manuscritos de sus charlas radiales. Los días finales fueron un caos, con los fascistas huyendo hacia el norte. Pound también lo hizo, al mejor estilo de Céline: salió de Roma por la vía Salaria, cruzó el municipio de Fara Sabina y durmió bajo las estrellas. Tomo un tren abarrotado y medio a pie logró llegar al Tirol, zona segura. Toda esta experiencia de huída hacia Saló también aparecerán en The Cantos 77, 78 y 79. Se reincorporará al movimiento y pone todo su talento para sostener la república de opereta de un Mussolini ya quebrado. Compone canciones para las milicias fascistas, traduce y escribe panfletos, artículos, manifiestos y posters, todo ello en italiano. Los posters fueron impresos con máximas confucianas o slogans fascistas de la época reformados por Pound. Entre 1943 y 1945, fecha en la que es encarcelado, Pound imprimió seis obras en la República de Saló, incluido el testamento de Confucio. Es de notar la importancia que le otorgaba el régimen fascista en pleno racionamiento de papel y tinta. Escribió artículos en la revista propagandística oficial “Gladio”. Pound apoya sin dudas el fascismo de izquierda, una especie de vuelta a los orígenes de Mussolini, aportando ideas y proyectos culturales. Su foto y descripción habían sido distribuidas en el frente y lo buscaba no sólo el ejército, sino un fiscal general y el FBI. Cuando lo atraparon en Sant’ Ambrosio estaba traduciendo el Libro de Mencio, el seguidor más fiel de Confucio pero el más populista. Para vergüenza de su etnocentrismo, Pound se rindió en mayo de 1945 a una raza inferior: un soldado negro con una carabina que lo llevó bajo arresto a Lavagna. En una conversación con uno de los ministros de Saló, Pound le explicó la amalgama de fascismo y confucianismo, su valor para elevar la moral del combate: “The Value of Philosophy (or of a Philosophy) is that it Reinforces Courage. Confucius is the Staff to take in the Trenches”. (NGV)
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